Cien años de la caída del imperio chino

Pu Yi

Cuando están a punto de cumplirse los primeros 100 años de los sucesos que precipitaron la salida del trono del último emperador de China, Pu Yi, reconstruiremos los acontecimientos que acabaron con esta institución milenaria en el denominado País del Centro.

Una secuencia histórica que se desarrolló de manera vertiginosa, pero que sirvió para evidenciar los problemas internos de un imperio que, ya en las postrimerías del siglo XIX, había comenzado a entonar su particular canto del cisne.

Tras la muerte de la emperatriz regente Ci Xi, el jovencísimo Pu Yi, de apenas dos años de edad, fue coronado como emperador en 1908. Sin embargo, el aciago panorama político existente hacía presagiar el inminente final de la dinastía Qing (1644-1912), de origen manchú: la explotación comercial que las potencias extranjeras practicaban al país, la corrupción administrativa y la pugna entre nacionalistas y revolucionarios comunistas por lograr el poder dibujaban un escenario insostenible, donde el más mínimo conflicto podía convertirse en una revuelta nacional.

Precisamente, esto fue el que ocurrió el 10 de octubre de 1911 con la llamada Revolución de Xinhai, desencadenada por una detonación fortuita a la ciudad de Wuhan, uno de los principales focos revolucionarios del gigante asiático. La explosión llenó de preocupación al nutrido número de efectivos rebeldes infiltrados en el ejército Qing que, para evitar ser descubiertos, decidieron pasar a la acción.

Así, en pocas horas, lograron hacerse con el control de Wuhan y Hankou y, días después —previa rebelión militar—, con el de las provincias de Shanxi, JiangxiYunnan. Ante tal escenario, Pu Yi abdicó el 12 de febrero de 1912, cediendo el poder a un gobierno provisional encabezado por Sun Yat-sent (1866-1925).

Un año después, no obstante, el líder militar Yuan Shikai disolvió el parlamento y asumió poderes dictatoriales. Un compañero de Sun Yat-sen, Song Jiaoren, fundaría el Partido Nacionalista o Kuomintang, que se impondría en las elecciones de febrero del 1913. Pese a todo, su asesinato a manos de Yuan en marzo de aquel mismo año devolvería a éste el control de China, quien intentaría infructuosamente restaurar la institución imperial en 1915, tras la segunda guerra sino-japonesa.

La imposibilidad de restituir la dinsatía Qing desembocó en un estado fragmentado, con un gobierno legitimado por las potencias extranjeras que sólo era capaz de imponerse en el norte del país. Sin ir más lejos, el poder fáctico permanecía en manos de los señores de la guerra, líderes militares que controlaban el territorio, la administración de su área de influencia y la recaudación tributaria.

Un duro epílogo para una institución iniciada 2.200 años atrás bajo el controvertido mandato de Qin Shi Huangdi (259-210 a.C.), y que durante dos milenios constituyó una de las principales señas de identidad de este ingente territorio asiático.

Foto vía: Good Orient

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Categorias: Cultura China



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